miércoles, 10 de octubre de 2007

Badas de escritor

Estaba cansado hasta el hartazgo. Cada vez que se desvelaba escribiendo, entre las sombras, esquivos de su vista, corrían jugando a las escondidas. Lo distraían. Tal vez era un juego para ellos, pero él necesitaba concentrarse y le costaba hacerlo si cada vez que bajaba la vista se cruzaban con meteórica rapidez atrayendo su atención a la vacuidad de un espacio en donde, lo sabía, sólo él debía estar.
Los percibía. Espectros que se escurrían burlones e irrespetuosos de su trabajo. Decidió prudentemente, dejarles un mensaje solicitando amablemente que buscaran otro sitio u horario para transitar el estudio. Pero a pesar suyo, seguían correteando de acá para allá.
El segundo mensaje fue más contundente, y en petición requería abiertamente un cese de visitas. Pero esa noche, todo marchó igual. No pudo escribir. Después de la segunda visita, fastidiado, se retiró diciendo antes de cerrar el estudio:
−Es civilizado el pedir las cosas amablemente, pero lo es responder educadamente a la petición o exponer el porqué es imposible cumplirla.
Tercera noche. Nuevo pedido, esta vez enérgico, escueto y directo: “Señores, respeten mi espacio”. Pero la cuestión empeoró, ya casi no le dejaban bajar la vista.
La cuarta noche prefirió no escribir y dejarlos plantados. Si se divertían a costa suya, al menos no por esa noche.
Quinta velada: sin moros en la costa, una hora tranquila y solitaria de trabajo. Después, volvieron los fantasmas a bailar a su alrededor.
La sexta noche dejó una nota: “Les ruego tengan a bien, al menos, dar la cara”.
Séptima noche frente al escritorio; casi temía encender la pantalla. Sabía perfectamente que aparecerían ni bien bajara la vista.

“Si hay decencia en ellos, acudirán a la cita y podremos concertar”, dijo en voz alta. Y empezó a escribir la misma página de toda la semana, ésa que nunca pudo continuar. Pero era imposible, sentía que bailaban en una comparsa de sombras vacilantes, que obviamente desaparecían no bien levantaba la vista.
Vencido, torturado e impotente, cerró el estudio. Decidió muy a pesar suyo, escribir de día, cuando el movimiento diario lo distraía, o bien, pasaba a ser un huraño distante al género humano (al que ignoraba) para poder viajar a su mundo de palabras y así dar vida a nuevas personas, lugares y mundos.
Con resultado alentador, pudo avanzar la historia. Le molestaba la culpa de este trabajo que lo apasionaba, por el cual borraba al resto de la humanidad. Corrigió la historia y la llevó al editor, que se sintió satisfecho por el trabajo, pero no pudo evitar ver en aquel hombre un gesto desconocido.
−Dijiste que te gustó…, ¿qué pasa?
−El trabajo es excelente.
−Sí, pero…
−No me hagas caso.
−Me gustaría conocer tu opinión más sincera. Tengo derecho, ¿no?
−El trabajo es excelente. Pero vos en él no parecés el mismo.
−Es que el cansancio me afectaba. Y empecé a ver cosas por la noche, no podía concentrarme. Sombras. Cansancio. Qué sé yo…
−Ah…Ya veo. No te preocupes, a todos les pasa.
El escritor lo miró dubitativo, pero el editor continuó:
−¿Sombras? −preguntó risueño.
El escritor pensó que lo único que le faltaba era que lo creyeran loco, pero el editor continuó hablando:
−A esas “sombras” algunos les dicen visitantes nocturnos, otros, fantasmas. Mi padre bautizó a uno Pedro Negro; lo hacía entrar en el
mundo de lo irreal, el saber que estaba allí lo hacía creer más firmemente en sus historias, les daba “magia”.

Decidido, se dejó tragar por la oscuridad del estudio. Encendió la pantalla y con un poco de licor y la pipa lista bajó la vista y empezó a escribir, y sonrió cuando Pedro Negro le rozó con su sombra la espalda; podría jurar que lo palmeaba.
Y así transcurrieron sus días, perdón, sus noches de escritor, continuamente visitado por los fantasmas de la imaginación bailando a su alrededor, en una comparsa interminable que siempre desaparecía cuando levantaba la vista, pero allí estaba, incitándolo a soñar despierto, a dejar volar los dedos recreando el mundo.
El libro más vendido que escribió se llamó Los badas, ése fue el nombre con el que finalmente los bautizó. En el libro hablaba de ellos y sus nocturnas visitas, y de cómo, siendo escritor, soñaba con algún día ser un bada y unirse a la comparsa invisible de musas que inspiran y ayudan a dar vida a nuevas historias.

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